domingo, 9 de noviembre de 2014

LA “CONTUNDENCIA” DEL ESTADO MEXICANO


Por Juan José Campos Loredo

De acuerdo con el llamado orden natural de las cosas,
haber llegado al tope natural del estante
significa que la suerte ya se cansó,
que no habrá mucho más camino para andar.
El final del anaquel es, en todos los sentidos,
el principio de la caída

José Saramago, “Todos los nombres”, 1997.

Supuestos anarquistas realizan pintas y prenden fuego a la puerta de Palacio Nacional. Foto: AlfredoMancera. http://nuestro.mx/noticias/queman-la-puerta-de-palacio-nacional/
































































































Durante poco más de 40 días no tuvimos ni muertos ni vivos. La incertidumbre daba fuerza a la rabia, a la indignación, a la polarización de una sociedad que se veía obligada a redescubrir su historia, a avivar su memoria en busca de resquicios de algo parecido en magnitud de la violación de los más imprescindibles derechos humanos. Y sí, hay momentos parecidos, pero este caso en particular, marca un antes y después en la historia de este país. 

Muchos casos para la ignominia en la historia reciente con un estado que omiso, partícipe o indiferente ha buscado silenciar la memoria solidificando el dolor con la presentación de siempre: resultados de investigaciones que han apelado que la resolución oficial del problema lleve a que el olvido sea el factor común y con ello, la continuidad de rutinas donde el despojo y el atraco sobre los ciudadanos se mantenga bajo la esfera de una aparente tranquilidad, bajo la supuesta certidumbre del “aquí no ha pasado nada”.

“Ni muerto, ni vivos” hacia ver al estado endeble ante el caso de los 43 estudiantes desaparecidos de la normal de Ayotzinapa en Iguala, Guerrero. Y ante la pronta apertura de la carrera del sistema político mexicano por iniciar en un clima “limpio” el camino hacia el proceso electoral de 2015, “dar sus muertos a la ciudadanía”, darle claridad a lo incierto, era imperativo. 

El estado en voz de su procurador general de la república, Jesús Murillo Karam, dio este viernes 7 de noviembre lo que hubiera querido de su parte, fuera el carpetazo a un asunto que tarde se dieron cuenta, se les salió de control. “¿Querían a sus desaparecidos? Aquí están, pero sin estar”, en la contundencia donde la incertidumbre se quitó el velo y dio paso a una mayor: el verdadero horror donde la imaginación gubernamental buscó dar el epitafio para una sociedad que en su movilidad, ella misma y el estado, vislumbraban la generación de una capacidad de respuesta y organización que ponía en riesgo la estabilidad del sistema. Había que ser contundente, eso que  la sociedad civil aun le cuesta trabajo; esa donde solo como capacidad de respuesta no le queda otra más que organizar una y otra marcha, la emisión de un manifiesto o comunicado, ante la complacencia de un gobierno y su defenestrada clase política, la cual observa desde la comodidad y confort de sus distintas oficinas ya como Los Pinos, casas de gobernadores, palacios o sedes legislativas y de senadores; de procuración de justicia, de partidos políticos, en espera de esa definición de estado de acallar en definitiva a los vivos con la conciencia de que por fin se les podía configurar a sus muertos. 

¿Qué mayor contundencia al imaginario social que escuchar en voz de supuestos participantes los horrores a los que fueron sometidos en sus últimas horas los jóvenes de Ayotzinapa? ¿Qué mayor forma de inocular el miedo y el terror que explicar “a detalle” la barbarie que se cernió sobre jóvenes, sobre estudiantes, que hacer escuchar en voces de sus victimarios lo que sin duda alguna podría ocurrirnos a cualquiera de nosotros ante una debilidad y /o complicidad tan aplastante del gobierno mexicano con el crimen organizado y en ello, la nulidad para garantizar la seguridad de su población? El estado busco ser contundente. Y el miedo volvió a la psique histórica de buena parte de nuestra sociedad ante lo imposibilidad de contener la sensación de fragilidad a la que históricamente se le ha sometido.  

No importa a cuantos funcionarios se culpabilice; cuantos delincuentes caigan, si el estado mismo está tan envilecido. Si ningún partido político es capaz  de pasar en limpio la mínima verificación de integridad. Si la derecha o la izquierda son pobres caricaturas de sí mismas y si el partido histórico de estado regresó después de una pausa de una docena de años con este horror que le recuerda su ser histórico, su ser represivo y donde el miedo es su mejor postor contra la recuperación de la memoria, para inducir al olvido.

La madrugada del 30 de julio de 1968, el Ejército destruyó con un bazucazo la puerta barroca de la Preparatoria 1. Aproximadamente 300 jóvenes se encontraban ahí reunidos.
“Quemar las naves” del poder o aquí, quemar las puertas, los edificios mismos (más allá de la infiltración de métodos gubernamentales tan recurrentes que buscan deslegitimar y vandalizar la movilización ciudadana), podrían justificarse para ser vistos como actos con posibilidad de legitimidad, que bien se ajustarían a ser provocados por el dolor y la impotencia de esa memoria que se quiere asesinar de tajo. Una puerta de madera que en su historia ha dado paso a ese poder que se ha alejado de su ciudadanía, se vuelve un símbolo que nada representa. Que ya no nos dice absolutamente nada. Puedes quemar seres humanos en este país y la condena y represión del estado no será en absoluto mayor a la que la erradicación de un símbolo tan manchado por el poder mismo puede representar. Pero pese a ese dolor, la ciudadanía busca ápices de reacción y organización que el sistema le ha negado. Y busca no ceder a la provocación llana y falaz.

El estado ha sido contundente. O cree que lo ha sido. Ahora la clase política que lo conforma, buscará dar paso a su execrable arranque hacia el proceso electoral de 2015. El estado supone que con la conferencia de prensa de este día 7 de noviembre, ha firmado el acta de defunción de un movimiento ciudadano más que lo ha cuestionado y confrontado. La sociedad, aquella que no ceda al temor e intimidación que conforman los anales de la historia mexicana, habrá de continuar entre las cenizas de lo que a pesar de tanta ignominia, aún debe prevalecer: la memoria como esperanza para la construcción más allá del solo olvido y la incuestionable desesperación.
#MéxicoMemoriaViva
#VivosSeLosLlevaronVivosLosQueremos
#HayQueContagiarLaEsperanza

Facebook y twitter: Juan José Campos Loredo

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